Aquel
hombre fue con su hijo, de cuatro años, a unos grandes almacenes para ver a los
Reyes Magos, que tenían instalado un quiosco junto a la sección de juguetería.
Había mucha gente y los servicios de seguridad estaban muy ocupados con tantas
familias que habían ido a lo mismo. El hombre, que era algo claustrofóbico,
empezó a sentirse mal entre las multitudes, de manera que a la media hora de
soportar la asfixia y los empujones decidió marcharse.
Al
llegar a la calle notó que el niño que llevaba de la mano no era el suyo. El
niño y él se miraron perplejos, aunque ninguno de los dos dijo nada. La
reacción inmediata del hombre fue regresar al tumulto para recuperar a su hijo.
Pero cuando pensó que seguramente no lo encontraría en seguida, y que tendría
que ir a la comisaría para poner una denuncia, decidió hacer como que no se
había dado cuenta. Entraría en casa con naturalidad, con el niño de la mano, y
sería oficialmente su mujer la primera en notar el cambio. Confiaba en que
fuera ella la que se ocupara de toda la molesta tramitación para recuperar a un
niño y devolver al otro.
Afortunadamente,
el niño no daba señales de angustia. Caminaba, dócil, junto a él, como si
también temiera que la aceptación de error fuera más complicada que su
negación. Entonces, el hombre notó que el niño todavía llevaba en la mano la
carta a los Reyes Magos. Le dio pena y buscó un buzón de correos asegurándole
que de ese modo llegaría también a su destino. Después, para compensarle, le
invitó a tomar chocolate con churros en una cafetería. Entró en casa con
naturalidad y saludó a su mujer, que estaba viendo su programa favorito de televisión.
El hombre esperaba que ella diera un grito y se pusiera inmediatamente a llamar
a la policía mientras el fingía un desmayo para no tener que participar en todo
el follón que sin duda se iba a hacer. Pero su mujer miró al niño y, después de
unos segundos de duda, le dio un beso y le preguntó si había conseguido ver a
los Reyes Magos.
-Hemos echado la carta en un buzón- respondió el niño.
-Bueno, también así les llegará -respondió la mujer regresando a su programa favorito de televisión.
También ella, al parecer, prefería hacer como que no se había dado cuenta para
evitar las molestas complicaciones de aceptar el error. Además, si actuaba en
ese momento, se perdía el final del programa. El hombre se quedó algo confuso,
pero ya no podía dar marcha atrás, de manera que llevó al niño al dormitorio de
su hijo y lo dejó jugando mientras se servía un té para relajar la tensión. Esa
noche durmió mal, pensando que el niño se despertaría en cualquier momento
llamando entre lágrimas a sus padres verdaderos. Cada vez que abría los ojos,
espiaba la respiración de su mujer para ver si ella también estaba inquieta,
pero no llegó a notar nada anormal. En cuanto al niño, durmió perfectamente,
mejor que su propio hijo, que siempre solía despertarse dos o tres veces para
pedir agua. Durante los siguientes días, aprovechando la hora del baño o el
momento de ponerle el pijama, comprobó que el niño no tenía malformaciones. Se
extrañaba de que los que se hubieran llevado a su hijo verdadero no hubieran
salido aún en los periódicos o en la televisión denunciando el error. Pensó que
se trataría también de una pareja algo tímida y enemiga de meterse en
complicaciones.
El
niño se adaptó bien al nuevo hogar, sin hacer en ningún momento comentarios que
pusieran en peligro la estabilidad familiar. En muchos aspectos, era mejor que
el hijo propio, pues comía sin necesidad de que le contaran cuentos y no se
hacía pis en la cama. El hombre se acordaba a veces, con un poco de culpa, de
su verdadero hijo, pero se le pasaba en seguida pensando que estaría
perfectamente atendido por un matrimonio de clase media, como los que había
visto en la cola de los Reyes Magos, que le cuidaría con la solicitud con la
que él y su mujer se ocupaban del niño que les había tocado. Después de todo,
los niños lo único que necesitan es afecto. A lo mejor hasta había dejado de
hacerse pis en la cama al cambiar de ambiente, lo que sin duda le daría mayores
dosis de seguridad.
Es cierto que el hombre llegó a dudar de sí mismo en alguna ocasión, pues todo
iba tan bien, todo era tan normal, que a veces parecía imposible que se hubiera
equivocado realmente de hijo. Con éste se llevaba mejor que con el verdadero,
que estaba muy mal criado por su madre y era muy caprichoso. El nuevo le
obedecía en todo y era muy raro que llorase si no le dejaban ver la televisión
o le mandaran pronto a la cama. O sea, que se encariñó con él. Un día, después
de Reyes, lo llevó al cine. Se trataba de una película de dibujos animados y
había también más niños que en una macroguardería. El caso es que, sin saber
cómo, al salir del cine observó con sorpresa que llevaba de la mano a su
verdadero hijo. Seguramente, los niños habían visto a sus padres verdaderos y
habían hecho el intercambio por su cuenta. Ninguno de los dos dijo nada. Cuando
llegaron a casa, la madre, que estaba viendo la televisión, disimuló también.
Los primeros días fue todo bien, pero en seguida volvió a hacerse pis en la
cama y a hacer
follones a la hora de comer. El padre, para consolarse, pensaba con nostalgia en el otro hijo y llevaba todos los fines de semana al suyo a lugares donde había multitudes con la esperanza, nunca confesada, de que un nuevo error se lo restituyera.
follones a la hora de comer. El padre, para consolarse, pensaba con nostalgia en el otro hijo y llevaba todos los fines de semana al suyo a lugares donde había multitudes con la esperanza, nunca confesada, de que un nuevo error se lo restituyera.
1.
ELABORA
UN RESUMEN DEL RELATO
2.
DESCRIBE
LOS PERSONAJES PRINCIPALES QUE APARECEN.
3.
COMPÓN
UN PEQUEÑO TEXTO EN EL QUE INDIQUES TU OPINIÓN SOBRE EL RELATO
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